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  • Foto del escritorSancho Valderas

ESTADÍSTICAS


Se despertó a las ocho. Había un vecino que vendía relojes, tenía la casa llena de ellos, y a las ocho sonaba un despertador a través de las paredes de estos pisos modernos. Se duchaba calculando el promedio de agua por hogar en su comunidad de vecinos y lo cruzaba mentalmente con la demanda energética a esa hora, cuando tantas bombillas se encendían a la vez en la ciudad. Vivía solo y era incapaz de separarse de su trabajo en el departamento de estadística de su empresa.

Después salía hacia el trabajo tres minutos más tarde de lo debido; lo justo para ver la zaga a su autobús. Ya en la parada le daba tiempo para calcular la probabilidad de que el siguiente fuese puntual, teniendo en cuenta la variable de la densidad del tráfico y la «no muy probable» posibilidad de avería.

Durante el camino pensaba en su jefe. El humor de aquel jefe siempre estaba en consonancia con el tiempo que hacía, de modo que se esforzó en recordar el último parte meteorológico para saber qué se iba a encontrar al llegar a la oficina. «Buen tiempo» igual a «improbable bronca».

Su labor, según su contrato, consistía en aplicar la ciencia que utiliza conjuntos de datos numéricos para obtener, a partir de ellos, inferencias basadas en el cálculo de probabilidades. A todas luces la parte contratante lo había copiado de la wikipedia.

Al no tener familia presidía su mesa un retrato de Adolphe Quetelet, padre de la estadística moderna, y por el que sentía fanática admiración.

De vuelta a casa era igualmente incapaz de desconectar. Un escaparate prometía una rebaja del 20% en sus productos, al que había que añadir otro 30% sobre el precio ya rebajado, obteniendo un descuento total ¡del 50%! Estuvo a punto de bajar del autobús y denunciarlo de pura indignación matemática que sintió, pero estaba cansado y prefirió dejarse de tonterías y llegar pronto a casa.

Al llegar a su piso encontró la puerta abierta. Se sorprendió, pues los asaltos a viviendas solo representan el 8% de los robos en esta parte de la ciudad. Más aún: se estremeció cuando comprobó que los asaltantes aún seguían dentro.

Como la sensación de inseguridad en un atraco, para un varón adulto, es del 19'8% y la posibilidad de resultar herido es tan solo del 8'3%, se decidió a hacerles cara sin nada que temer, pues los números estaban de su parte.

El más alto de los dos ladrones le lanzó una cuchillada que le alcanzó el muslo derecho, haciéndole caer. Todavía turbado por ese giro de las probabilidades, el segundo se acercó y, al ser reconocible por ir a cara descubierta, le descerrajó un tiro a la altura del estómago y le dejaron allí.

Durante su agonía pensó en lo paradójico que era pertenecer a ese 0'8% que perece en los atracos, y se acordó entre maldiciones de Adolphe Quetelet, porque, aunque murió en el siglo XVIII, era el culpable de que ahora mismo se estuviese desangrando. Y maldijo a la estadística en su postrer hálito.

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