top of page
Buscar

AQUÍ Y AHORA

FICCIÓN SOBRE UN PRESIDENTE QUE NUNCA EXISTIÓ


De todas las historias de la Historia la más triste sin duda es la de España porque termina mal.

JAIME GIL DE BIEDMA.


El despacho era de una sobriedad casi insoportable; fuera de tiempo y de lugar. Parecía uno de esos sitios en los que, que cuando uno hablaba, podía molestar a alguien. No llegaba del exterior ni un solo ruido. La puerta acolchada estaba forrada con piel. Las paredes tapizadas tenían las esquinas rematadas en madera noble y el piso estaba vestido con una moqueta espesa que ocultaba un suelo de madera flotante. Al caminar sobre ella quedaba el siempre agradable eco sordo de la cámara de aire. La ventana, qué importa a dónde iba a dar, siempre se encontraba cubierta por un doble visillo y un cortinón que parecía el telón de un teatro, por donde no pasaba ni un rayo de luz, ni probablemente las balas. Toda la iluminación de la sala provenía de unos proyectores instalados simétricamente en cuatro puntos equidistantes entre si del techo. La mesa, recia, de nogal, soportaba dos teléfonos y un grueso cenicero de cristal de dimensiones exageradas, lleno de colillas de boquilla blanca.

Parecía que los últimos treinta años no habían pasado por este lugar.

A la espalda una librería ocupaba toda una pared. En ella, un encorvado personaje manipula un tocadiscos. Limpia de polvo la aguja y la deposita sobre el vinilo. Ruido de fondo y enseguida los primeros acordes de Camina Burana. Es su ópera preferida. Casi siempre la escucha aquí, en sus viejos, viejos discos.

Al final, su despacho de toda la vida le ha quedado como santuario. Es el lugar al que se retira cuando quiere estar solo. Miles de pies de personajes ilustres pisaron su moqueta, hoy algo ajada pero todavía en buen estado. Miles de manos estrecharon la suya sobre aquella soberbia mesa y cargaron de boquillas el cenicero; recuerdos del pasado, nada más.

No hace falta que cuente nada. Las fotografías que adornan las paredes son toda una lección de historia. Tras cada uno de aquellos retratos se escondía una anécdota de significativa relevancia, pero él no era muy dado a contar historias. Se sirvió un buen güisqui en una buena copa y se arrellanó en su sillón, decidido a repasar una de esas historias que no contaba. A falta de interlocutor se la contaría a si mismo. Pensó en el título: Historia, dos puntos.

Él tenía más de veinte años cuando comenzó con la empresa de incluir su nombre en las crónicas. Aquel despacho le absorbió tanto que no se dio cuenta de que a los treinta aún no tenía nada en la columna de haberes que fuese reseñable o digno de contar. Pero perseveró, y a los cuarenta (y tantos) entró a formar parte de los libros de Historia. Él.

Cuando empezó a perder a sus allegados más queridos, bien por la tragedia, bien por la enfermedad o la distancia, supo que se había olvidado de escribir algo en su biografía. Cuando los amigos le fallaron, le dejaron solo, le traicionaron, se jactó en su soledad de que había escrito su diario con muy mala letra. Ha pasado ya de los setenta, y todo en su balance son pérdidas. Lleva más de treinta años perdiendo batallas, y ahora, para colmo, sabe que no tardando mucho va a perder la memoria. Su médico, un agorero, le ha contado relato algo macabro sobre cómo se va a ir deshaciendo todo el camino andado. Y ya casi no recuerda a la mitad de la gente que sale en sus viejas fotos.

En los momentos de lucidez se parapeta en el despacho y se cuenta historias. No sabe si de verdad pasaron o si su mente febril se la las imagina. Lo que sí sabe es que, en el cajón derecho de la mesa, bajo los folios, hay una caja con un revólver. Está limpio y engrasado, aunque nunca lo ha usado. Solo necesitará una bala, aunque carga dos. Se ha olvidado de si era previsor o no y quiere, paradójicamente, curarse en salud.

Amartilla el arma y elige a conciencia el punto exacto donde apoyar el cañón. Afloja el brazo, vacila y saca de su chaqueta el sobre para el juez de guardia que, sin duda, acudirá. Lo deja sobre la mesa. Se extraña de haberse acordado del detalle. Vuelve a poner el arma a donde estaba… ¿Dónde estaba? ¡Ah, sí!

Se acabó la historia.


2 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page