STALKING Y FELICIDAD
- Sancho Valderas
- 3 ago 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 11 ago 2020
¿Acoso y Felicidad en la misma frase? Podría parecer una ficción, pero...

La chica del pelo azul coge el autobús todos los días para ir al instituto de secundaria. Ese autobús abarrotado de chavales que van a su mismo instituto hablando, gritando e incluso cantando entre ellos. Pero ella siempre se sienta en la primera fila y no participa de ese ritual previo a las clases que es el viaje por el barrio.
Luego, cuando todos ya han bajado y caminan en grupos hacia el paso de peatones, llevando con ellos la algarabía, baja ella y camina, otra vez sola, unos metros por detrás del último grupo. Y no es únicamente porque no conozca a nadie en el barrio, es que en el aula tampoco se relaciona. Y aún menos en el patio del recreo. Pasaría completamente desapercibida si no fuese por su color de pelo tan característico. Los compañeros la llaman «la rara», apodo que tampoco facilita la integración en el grupo. La realidad es que es «la nueva» en un centro en el que la mayoría de los alumnos se conocen casi desde que aprendieron a hablar.
Hoy ha ido un policía municipal al instituto. Tocaba, para todos, asistir a una charla sobre el acoso, el ciberacoso, el maltrato de género y otros tipos de actitudes que, aun siendo graves y yendo en aumento en esta franja de edad, a los adolescentes, por norma general, estos temas les aburren mortalmente.
Pero cuando, después de quince minutos de charla, el policía ha preguntado si alguno conocía o había oído alguna vez la palabra stalking, la chica del pelo azul ha enderezado la espalda, ha abierto mucho los ojos y, con algo de rubor en sus mejillas y venciendo su gran timidez, ha levantado muy discretamente la mano. Tan sutilmente que casi no se la veía. Pero a eso había ido el policía, a ayudar a vencer esos miedos.
Cuando el hombre uniformado la señaló para que hablara, el resto de la clase se volvió y se quedó en silencio. La rara iba a hablar. No lo hacía nunca.
En su cabeza resonaba el término: stalking.
La chica se puso en pie y comenzó:
—Yo lo he sufrido. Yo sé lo que es.
El hombre, viendo que por fin se despertaba el interés en el aula, y que todos los chavales permanecían expectantes, la invitó a continuar.
—Un chico de mi antiguo insti me llamaba todos los días, me dejaba notas en el buzón de casa, me seguía por la calle y me dejaba cajitas con chucherías en mi taquilla. Mis padres hablaron con el director del instituto, pero dijeron que, salvo en lo de la taquilla, ellos no podían hacer nada. Y el chico era cada vez más pesado. Me empezó a llamar por teléfono por la noche, pero como el número no se veía y él no decía nada, no pudimos denunciarlo. Y para colmo mis amigas me decían que, con lo bueno que estaba, lo que tenía que hacer era aprovecharme y salir con él, porque a casi todas las chicas les gustaba. Pero a mí lo que me daba era miedo y asco.
»Al final mis padres decidieron que lo mejor era cambiar de aires, de barrio y de instituto. Y me han advertido del cuidado que debo tener con los compañeros, porque no sé en quién puedo encontrar a otro acosador. Así que he decidido no relacionarme con nadie hasta que pueda saber cómo son.
Después de unos segundos de silencio, el policía preguntó:
—Y si no te relacionas con tus compañeros ¿cómo vas a saber cómo son? ¿Crees que has tomado una decisión correcta?
—¡No! —sonó al otro lado del aula. La voz era de Mara, que se puso en pie para hablar, como en las películas de adolescentes americanos—. Yo también he sufrido el acoso de un pirado, que a lo mejor no se flipaba tanto como el tuyo, pero mis padres me ayudaron. No me separaron de mis amigas. Y fue también por su ayuda con lo que superé aquello. Y si tú ahora quieres la mía —dijo mirando directamente a su compañera— aquí la tienes.
La frase más repetida cuando Mara se calló fue: «¡Y la mía!».
El policía se acercó a la chica y, en voz más queda, le dijo:
—Que nadie te haga creer que debes huir de las personas para no tener miedo. Así solo afianzas ese miedo. También son los amigos los que te ayudan a superar los problemas en la vida, y hoy has roto una barrera importante. Ten en cuenta lo que vales, quiérete mucho, y deja que te quieran. Por cierto ¿cómo te llamas?
—Felicidad.
El autobús de vuelta al barrio fue, por primera vez, una fiesta también para Felicidad.
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